jueves, 21 de marzo de 2013

Cristianismo interior

El cristianismo interior. A nuestros hermanos mayores, los que están en el Cielo participando con Jesús de ser hijos de Dios, cuando vivían en la Tierra, y a otros muchos de esta época, hermanos que con honradez y sinceridad viven el amor, la fe y la esperanza que Jesús les da en el Espíritu Santo, les parece que el tiempo y el espacio en el que se desarrolla la historia de la salvación es tan real como el que existe en lo que acontece físicamente. Es cuestión de forzar la razón y establecer lo que no nos cuadra con la palabra misterio, misteriosamente, inexplicablemente, pero cierta y seguramente, porque si no lo fuera así quedaría en entredicho la inerrancia de la Revelación, sea en la tradición magisterial o escriturística. Sin embargo, en general hemos desterrado las fechas que nos sugieren una creación bíblica con los detalles con los que se expone en el Génesis, con esos siete días y esa sucesión de apariciones en escena de la criaturas que Dios va incorporando, en una visión geocéntrica de la realidad, y que culmina con el hombre hecho a imagen y semejanza de Dios mismo. Normalmente empezamos a aceptar como personajes históricos al rey David, pero según necesitemos más o menos literalidad para estar de acuerdo a nuestra necesidad de coherencia dogmática, habrá quien destierre o incluya de la historia real a personajes como Moisés, Abraham, y otros aún a Noé y a Caín, y algunos hasta necesitan hasta a Adán para quedarse tranquilos y sentir que la revelación de Cristo no tiene fisuras que den al traste su fe grande y firme como una montaña. Y una vez ya en funcionamiento esta Creación lo que nos importa es la Encarnación, la culminación de los tiempos, que no deja de ser paradójica dentro de la escala terrestre y cuanto más dentro de un contexto de la Galaxia, el Universo o el Multiverso. En la aparición del Hombre, Dios nos habla de que es Dios, cómo es, amor hasta el extremo, un hombre que da la vida amando a sus enemigos, y qué es lo que quiere de cada uno, cuál es su voluntad para cada hombre, para la humanidad, para que reine, que amemos como Jesús no ha amado. Y eso por la gracia, por la acción de Dios en su Espíritu que trabaja en nuestra intimidad, transformando el hombre herido de muerte en un hombre que participa de la vida eterna, del amor de Dios. Y tenemos es tercer tiempo, de la consumación, del Jucio, del cielo nuevo y tierra nueva, donde en una descripción absolutamente geocéntrica, con estrellas cayéndose como si se pudiera caer una farola celeste, se inaugura el tiempo definitivo con el que estaremos en la eternidad disfrutando de la presencia de Dios. Lo cual supone que antes de la Creación Dios no hizo nada, que ha hecho algo de creación unos milenios o millones de años y luego ya no va a volver a hacer a nada. Cuando deberíamos empezar a dejar claro que las concepciones temporales son expresiones en términos de tiempo de acciones pascuales, de salvación y gracia, pero no afectan a una correlación con el tiempo real, que es otra realidad con la que tiene que ver bien poco, incluida la Encarnación, que al no ser la Tierra ni mucho menos el único lugar de una humanidad, no puede ser la única expresión de la Palabra, aun cuando para Dios su movimiento de amor sea único, y de ahí que haya una sola Creación, una sola Encarnación y una sola Parusía. En realidad no necesitamos hacer puentes entre las realidades de la fe y las que nos presenta la ciencia para recoger el fruto de la efectividad y eficiencia de la vivencia en Cristo. Un cristiano que participe en la acción del Espíritu, que vive tras el umbral de la salvación y crece hasta ir alcanzando la estatura de Cristo en el amor, le es indiferente lo cierto que sea la creación bíblica tenga relación científica con el Big Bang o que sea más la creación continua, el presente en que Dios está sosteniendo la creación, por la que un hierba se mueve o existe porque Dios la está creando en esta mismo instante. Al contrario, la realidad que nos presente hoy la ciencia supera de tal modo la de esa donde Dios solo había creado la tierra que ese Dios y Padre de Jesús no sólo queda fuera de circulación sino que queda magnificado y glorificado hasta donde no podemos concebir y la finalidad de la criatura, dar gloria a Dios, se justifica tanto mejor cuanto más grande y digno de amor es ese Dios que nos ama a los que somos cada vez más pequeños, ciegos e inútiles y para por el que hemos sido llamados a existir para ser alabanza de su gloria. Porque la misma realidad que antes quedaba circunscrita en una Tierra más o menos grande pero domesticable, con un mar y una bóveda celeste, hoy ha quedado reducida a una mota de polvo de la segunda generación de estrellas, que da vueltas a una estrella entre 200.000 millones de una sola galaxia de las que puede haber otros 150.000 millones más, de las cuales en la Vía Láctea debe haber unas 6.000 millones de estrellas que deben tener condiciones para que haya planetas como la tierra. Pero esta materia a la que accedemos por los sentidos solo representa un 4 % de la materia que ilumina la luz, el otro 23% de materia oscura y un 73% de energía oscura, de las que no tenemos ni remota idea de que pueden ser, tal vez otras dimensiones de este mismo Universo, pero si sabemos que existe porque acelera la velocidad con la que se alejan las galaxias entre ellas. La conclusión tanto en el campo de la vivencia cristiana, que se desmorona en su literalidad, como en la de esa seguridad de la realidad objetiva, con una mentalidad ya caduca de seguridad que viene a tranquilizarnos porque lo que vemos, oímos y tocamos, eso sí que es seguro, real, verdadero. Y ahora resulta que lo que vemos es una composición que arregla la mente a partir de ciertas informaciones sensoriales, ordenadas según ciertos perjuicios, necesidades de supervivencia y preconcepciones que conforman nuestra composición mental del Universo, pero que tiene que ver menos de lo que quisiéramos con la realidad. Otra vez estamos en la disyuntiva de volvernos agnósticos, religiosa y científicamente, o volver a dar un paso de los benditos que creen sin ver, esta vez porque lo que vemos es un rebote de algunos fotones que nuestro cerebro procesa, junto con otras vibraciones sonoras y poco más y que nos hacen estar en relación con el medio en el que nos rodea para cumplir las tres funciones vitales, para lo cual estamos más o menos preparados, y tal vez no tanto para llegar a la verdad. O sí, pero teniendo en cuenta que la apariencia en la que se presenta la realidad no hay que tomársela tan en serio. Empezamos a estar algo de acuerdo con la filosofía hindú que desconfiaba de las informaciones sensoriales, que son engaño, Maya, ilusión. Y a su vez empezamos a darle calidad de realidad a las vivencias humanas, subjetivas, que antes tal vez quedaban en el ámbito de lo particular, de las emociones y los sueños, los miedos y las ilusiones. Es más bien real la conciencia, el nivel de espiritualidad que es lo que vale realmente en el humano, y no la base material en la que nos desenvolvemos. El debate entre lo real de lo subjetivo y lo objetivo adquiere un nuevo tinte, esta vez avalado por la misma ciencia que antes dejaba fuera de combate a toda inserción subjetiva, porque ahora lo objetivo de los sentidos empieza a ser algo discutible, no tan seguro y firme como un ladrillo como lo entendieron aquellos materialistas de hace ahora 200 años, que excomulgaron a la Iglesia en favor de un nuevo dogma, ahora seguro e infalible: la realidad científica. Así me da la impresión que si una vivencia, a pesar de ser particular, subjetiva, cultural, porque me ha llegado por una herencia de otros individuos que a su vez la han experimentado, me sirve para ser feliz, para desarrollarme humanamente, como es el caso del cristianismo en el que hay una evolución de ser egoísta, limitado a sus prioridades, necesidades, barriendo para casa, encerrado en su interés, hasta un ser que vive para los demás, que escucha, que desinstala su vida para ponerse en función del otro, del necesitado, por encima de su propia necesidad, que perdona y ama hasta el extremo de dar la vida por aquel que le quiere matar, a ejemplo de Cristo, como les pasó a tantos testigos de que esto de la acción de Dios funciona, es científica, como llega a afirmar algún representante de la espiritualidad hindú, cuando dice que el yoga y la meditación funciona seguro, es científica, porque haciendo tal o cual meditación o técnica de yoga se llega a tal resultado, diríamos con toda la razón que cuando con fe nos dirigimos a Jesús pidiéndole que tenga misericordia y nos salve, el viene en nuestra ayuda y nos da el Espíritu Santo en el que nos recrea como un hombre que nace y crece en dirección a ser igual a Cristo, haciendo sus mismas obras hasta llegar a la estatura de Jesús en el amor, la fe y la esperanza, para dar gloria a Dios, porque esta es la voluntad de El para cada hombre y para eso nos creó, para darle gloria haciendo su voluntad, y en eso somos imagen y semejanza de Dios, pues lo más importante de Dios es la calidad de amor, hasta el punto que Juan diga que Dios es amor. Así, en media de inseguridades viene en un sentido profundo la seguridad de Abraham, del que se fía de una Palabra de parte de Dios, que se cumplirá en su momento, una promesa de amor, que invita a amar para vivir, haz esto y vivirás. Y Jesús amó hasta el extremo, amó y obedeció a Dios, su Abba, y a nosotros por los que daba su vida, y Dios le resucita para sellar en ese signo la resurrección de los que con el Espíritu del Resucitado permitiéramos que Dios nos recrease en Cristo, resucitásemos en vida para que la muerte, el egoísmo, la desesperación, la desilusión que nos hace sumirnos en el vicio y la autodestrucción, fuera vencida en el poder del Señor resucitado. Y a Abraham, a María, a tantos cristianos le funcionó. Y nosotros no vamos a quedarnos sin la promesa porque no estemos seguros si esto es científico, no podemos probar como funciona. La acupuntura, en el campo sanitario, tiene una utilidad, cura. No se sabe cómo. Pues con alguna similitud, diríamos que tiene un valor clínico, aunque no podamos exponer con claridad cómo funciona, pero si no lo tuviéramos, si hubiéramos sido bendecidos por el Evangelio del amor de Dios, expresado en Jesús, estaríamos ciertamente peor. Cobra más fuerza la iniciativa del Dios que todo lo ve, que sabe lo que tenemos en el corazón y que nos juzga de acuerdo a los talentos que nos fueron entregados. Al que mucho se le dio mucho se le va a pedir. Y a nosotros no nos van a pedir meditar y llegar al nirvana, sino permitir que la Gracia de Dios haga su obra de santificación hasta el final, hasta la cristificación que da gloria a Dios. Es como una historia interior, no vinculada necesariamente a otra exterior con la que no se lleva bien, con la que no casa, pero en la que vivimos. Es un argumento de vida, un cuento en que nos metemos, y que se hace realidad porque el que es la realidad, el Dios absoluto e inconcebible, tiene a bien estar detrás de esa vivencia. Por eso la creación, la encarnación y la Parusía tienen más que ver que con tiempos reales, donde ocurrió, ocurre o ocurrirá algún acontecimiento histórico, con tiempos pascuales, momentos de salvación, de actuación bondadosa de Dios que pasa por nuestras vidas creándonos, dándonos su Palabra y llevándonos a donde nos quiere llevar para nuestro bien. Y si Dios es imposible de comprender en la escena grande, lo es igualmente en la minúscula, y asi se convierte en un Dios infinitamente cotidiano, atento, detallista. Dios sabe de mí. Conoce mi corazón, un hombre entre miles de millones de un planeta entre otros tantos. Y no solo un humano, sino una brizna de hierba la mueve el viento con el consentimiento y la voluntad de Dios. Y con ejemplos mas actuales hablaríamos que una célula no se alimenta sin que lo permita, que Dios es el detallista que mira en su omnipotencia a cada criatura en su limitación amándola, ayudándola. Y eso ya era difícil con las criaturas de la Tierra, así que da igual que lo sea con las otras tierras, galaxias, dimensiones, universos o unidades superiores inconcebibles para nosotros, como si hiciéramos de cada átomo un Universo. Por eso digo que la ciencia para los que no creen elimina la posibilidad de la existencia de Dios. Pero para el que apuesta por creer en el amor de Dios, en el proceso de divinización que Dios nos ha regalado, no sólo no le resta fe sino que le deja muy mejorado, mucho más grande y bueno de lo que nos había parecido en ese primer momento geocéntrico. Por eso la concepción geocéntrica de la historia de la salvación, que obliga a haber una creación, aun si concretar cómo fue, una Encarnación que necesariamente seria única y universal, y una Parusía con una descripción en el marco de lo terrestre, al igual que la creación a la que la ampliábamos a un ámbito universal queda tan estrecha y tan forzada, para que nos quedemos en paz con nuestros hermanos que nos precedieron en la fe y que nos la donaron con sus vidas en herencia la vida en el Señor Jesús. Porque hablar de la Encarnación es más delicado. Decimos que la creación puede haber sido de cualquier manera, la Parusía lo será de forma que no entendemos. Pero sí que entendemos el nacimiento de Jesús en la tierra de Israel y hace 20 siglos. A partir de ese acontecimiento se culmina la historia de la creación. Y ahora si ampliamos a un ámbito supraterrestre ya no nos queda tan claro que sea asi. Primero que el pecado original, que tanto preocupa a nuestros padres ya no tiene sentido que repercuta en la creación, si acaso solo en la tierra. Así resultaría que necesitamos un Salvador para una historia de salvación privada, referida a nuestra historia de Dios con la tierra, no de Dios con sus criaturas y su creación. Jesús es el único salvador, la única Encarnación del Verbo, el Señor del Universo, al que todas las potestades quedan sometidas después de su resurrección y constitución como Señor se abre el tiempo de la Iglesia, del Espíritu Santo hasta la segunda venida en el que Dios crea cielos nuevos y tierra nueva y en el que nos quedaremos eternamente con en la presencia de Dios, plenamente felices en unión con Jesús. En el contexto terrestre todo esto podíamos aceptarlo en el esfuerzo de la fe, con la ayuda de la gracia que nos sostiene en la fe, el Espíritu que nos anima en la fe y la misma vida de creyentes en la que nos animamos unos a otros con la edificación de los carismas, los ministerios, así como la oración personal y la vida de tensión y conversión en la que vive un cristiano en este tiempo del ya y el todavía no del Reino. Porque Jesús nos encarga llevar ese evangelio de salvación hasta los confines de la tierra. Porque otra cosa que la tierra no había. Y aún cuando a los americanos le llegase 15 siglos después cuando les llegó tuvieron que decidir si aceptaban la Palabra de Dios y se salvaban e iban al infierno o al menos se quedaban como paganos y por su corazón bueno Dios les salvaba sin conocer a Jesús pero a causa de la muerte de Jesús por ellos. Lo que se llevaba a la gente en este anuncio del evangelio era (o debería haber sido) una invitación a la apertura del poder de transformación que Dios suscita en Cristo Jesús). El anuncio de la Palabra lo acompaña Dios de un poder salvador y transformados, de una acción de Dios mismo en el Espíritu Santo. Y este es el testimonio básico que un cristiano puede dar. Ahora bien, si entendemos que lo que parecía una acción única, definitiva, en el orbe de la Tierra, entendiéndola como la única realidad, deja de ser tan única y se convierte en una entre muchísimas, habría de reinterpretar este acontecimiento pascual con una ampliación en el tiempo y el espacio. Al plantearme que había vida inteligente en otros planetas lo primero que me pasó es que me entristecí, porque esa infalibilidad del Papa, de la Iglesia empezaba a desmoronarse. Tal vez hubieran otras iglesias que tuvieran básicamente el mismo poder salvador de la Iglesia de Jesús, pero adaptadas las formas a su mentalidad. Tal vez en el mismo planeta Tierra en otro tiempo, cuando desaparezca esta civilización Dios vuelve a suscitar otra historia de salvación. Y el Cristo que resucita, o lo que en cada caso Dios haga para manifestar su poder, está unido a los otros cristos, que son el mismo Hijo Único de Dios. De esa manera estamos invitados por el Dios verdadero a pasar al siguiente estado de evolución, al Cielo. ¿Al único, eterno, definitivo, Cielo donde nos quedaremos participando de la filiación divina por la eternidad? Otra vez nos encontramos con ese tiempo cristiano, que no se cumple en el tiempo real, sino que es un tiempo pascual, efectivo en términos de salvación. Pero ¿por qué limitar la gloria de Dios al estadio siguiente del el actual? ¿No sería Cristo la puerta del Cielo, el paso siguiente en una evolución hasta Dios, del que somos sus criaturas? Por supuesto que una sola historia de salvación en toda la Creación se da de tortas con las evidencias de tantos otros planetas, dimensiones y todo lo demás. Digamos que otra criaturas, ángeles, nos ayudan a crecer y que ellos a su vez están en esta historia de deificación. Lo que nos toca, y a lo que debemos dedicarnos es a nuestro curso, la cristificación, en la que damos un paso hasta el Padre santo, pero que no agota a Dios. Y tantos elementos del edificio teológico , el pecado original, el Cuerpo místico, la Iglesia, la procedencia y el destino de las almas, la propia concepción antropológica que descansa en la identidad con el cuerpo único que Dios resucita, así como medios de salvación, sacramentos y valores éticos. Quedan de alguna manera tocados, pero no anulados, porque necesitamos todos los elementos de edificio cristiano para que este funcione, aunque quede como una realidad interior, compartida por muchos hermanos, unificada en una sola vivencia, en la que muchos hermanos viene a compartir una vida común, ampliando el yo encerrado, la muerte, en un yo, Cristo, en el que sigue siendo uno mismo y es parte de un solo Cuerpo. El Cristo Dios nuestro Padre nos habla. Al final que es Jesucristo, nuestro Salvador, que ha muerto por cada uno y que en esa muerte ha asumido nuestra culpa limpiándonos de nuestros pecados y recibiendo cuando nos acercamos a él con fe, el Espíritu Santo que nos recrea y nos hace un hombre que hace las obras del Hijo de Dios, siendo así hijos de Dios en la comunión con el Hijo que da gloria a Dios. En la obediencia al Padre, en ser el que eternamente dice Amén a Dios está la esencia del ser Hijo de Dios. Por eso cuando vemos a Jesús, crucificado, vemos un hombre que hace la voluntad del Padre, que se fía hasta tal punto de la bondad de Dios para con él que se arriesga a que se haga su voluntad, por mucho que le supere. Dios nos habla en Jesús. El es su Palabra, hecha hombre. La vida del hombre Jesús nos habla dos cosas: cómo es Dios, un amor infinito, inconcebible, que supera toda nuestra capacidad de amar, y que es lo que quiere que seamos nosotros, sus criaturas amadas, imagen y semejanza de El, que le amemos como el ama, con todo el corazón, la mente, las fuerzas, amar a Dios y al prójimo. El amor de Dios nos antecede. El nos amó primero, en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu. Una historia de amor a la que nosotros respondemos en el querer y el obrar que Dios nos ha suscitado, dejando el punto de libertad en el que damos nuestro Amén. Y así vivir la vida de Dios, la dinámica de crecimiento en el amor que no se acaba, en la que la criatura siempre se encuentra superada por la gloria de Dios que siempre ama más y nos invita a amar más. La realidad es Palabra de Dios. Si aceptamos la evidencia, por propia experiencia o por el testimonio de quien lo ha visto, experimentado y vivido la vida cristiana, que es testigo de que Dios nos ama en Jesucristo dándonos una dinámica de santificación que nos hace crecer hacia la estatura de Jesús en el amor, tendríamos que aceptar con evidencias lo que Dios ha hecho en la naturaleza. Si nos empeñásemos en negar alguna creación, no por eso dejaría de ser menos verdad. Hay multitud de animales, plantas, humanos, pero todo lo relativo a la Tierra no nos descuadra el edificio teológico que mantiene nuestra dogmática cristiana. Pero cuando tocamos lo que sale de nuestro mundo, de este planeta otrora única realidad conocida y ahora reducido a una mota de polvo de una estrella de entre otras de las cerca de 200.000 millones de esta galaxia, que a su vez es una entre otra entre otras tantas galaxias, y, a su vez, porque no, de un universo entre otros tantos y así hasta quedarnos convencidos de nuestra capacidad de comprender una creación tanto más grande que nuestra capacidad de entender, que tal vez esta adaptada a las labores de conseguir medios para sobrevivir en la Tierra, pero poco adaptada para ser instrumento de entendimiento de la realidad, creada por un Dios que nos supera mucho más de lo que habían pensado nuestros hermanos de los que heredamos la fe en Cristo resucitado. Por decir un ejemplo, decía esta semana en La Razón, que estimaban en 17.000 millones los planetas con las mismas condiciones de vida que la Tierra. Y eso multiplícalo con otras galaxias, dimensiones, etc. Claro que nos podemos quedar agarrados a una posición conservadora, principalmente para no tener que forzar ninguna seguridad teológica que pueda relativizar alguna afirmación sobre el Señorío de Jesús, único salvador del Universo, y así aunque no podemos negar la gloria de una Dios que hace una realidad que nos supera tanto, si podemos optar por afirmar que no se ha demostrado que haya vida inteligente y espiritual fuera de la Tierra, que eso sería muy improbable, que la Tierra es el único lugar donde se ha dado este fenómeno de la conciencia. Y la ciencia no puede en este momento más que llenarnos de probabilidades, por cierto, cada vez más inclinadas a la vida humana fuera de la Tierra. Pero, ¿y lo que han visto tantas personas? Naves con tecnología impensable que sea de la Tierra. Aunque solo fuera cierto un muy pequeño porcentaje, que todo lo demás fueras mentiras, alucinaciones y cosas así, nos quedarían testimonios fehacientes sobrados para estimar la posibilidad de que Dios nos ha regalado hermanos por muchas más casas de nuestro Padre que ésta en la que vivimos, y que a todos los ha regalado lo mejor que tiene, porque nuestro Dios no se anda con tacañerías cuando invita a la vida y la felicidad, quiere compartir lo mejor que tiene que es su vida misma, y así cada humanidad conoce la Palabra de vida que le invita a ser imagen de Dios mismo, hijo de Dios, experimentando lo mejor que experimenta Dios, ser amor, tener amor, amar, como lo expresó en Jesús y lo expresa en quien permite la obra de su Santo Espiritu que hace otro hombre recreado en el poder de la resurrección de un muerto que amó hasta el extremo y que Dios le resucitó para dejar claro que ese es el mensaje de vida, haz esto y vivirás, el Shema, que se nos regala a los que nos acercamos con fe en ese resucitado que nos ha amado hasta dar la vida por nosotros cuando éramos malvados y pecadores. Dios nos comunica en Jesucristo dos cosas, esa es la revelación, el evangelio de la salvación. Lo que es Dios, amor. Y lo que quiere que seamos con su ayuda si le damos permiso para que nos recree en la resurrección del crucificado. Pues eso mismo es lo que quiere comunicar y regalar a cada una de las humanidades. Porque es evidente que no hay una sola tierra, sino otras tantísimas que no nos caben y sabemos que son tantos ceros. Pero que cada una de ellas, a cada pueblo, les regala el mismo Dios exactamente lo mismo. Porque el tiempo y el espacio no es problema para Dios que vive en el eterno presente y para el todo ocurre aquí y ahora, en su aquí y ahora que es El mismo. Y cada Jesús que muestre en distintas mentalidades y culturas el mismísimo mensaje hace presente la invitación de Dios a sus amados hijos. Por lo que podemos alegrarnos y gozarnos tanto más que lo hacíamos con nuestros santos, con los de toda la creación, con una Iglesia de Dios tanto más grande y más gloriosa, aunque de momento perdamos las seguridades que nos daba nuestra infalible Iglesia Catolica. Y es que ahora pasaríamos de ésta actual a una Iglesia que es la universal, de ser para toda la tierra una sola, a la del Universo, unida al Unico Dios en su Hijo Unico participando del mismo Espiritu para darle gloria al Unico Dios bueno. Amen la gloria sea para el por siempre. El otro día me descabaló, me superó otra vez un dato científico, de los que yo no entiendo pero que me gusta leer para darme cuenta de lo poco que entiendo y de lo mucho que me queda por desinstalarme de mis seguridades conceptuales. Porque de lo de Dios estoy muy acomodado. Me gusta seguir creyendo que me lo sé todo, sobre su historia de salvación, la vida de Jesús, la acción del Espíritu. Y si quisiera cambiar las cosas de Dios, especulando e inventado teologías al final sería sólo un hereje vulgar. Pero cambiando los conceptos científicos, que no podemos evitarlo porque no lo dicen nuestras escrituras y magisterios, sino esos hombres que hablan lo que ven, lo que no se ve pero se puede demostrar en base a estudios y comprobaciones. Claro que nada es seguro. Son hipótesis que esperan ir demostrando. Ni me interesan sus seguridades. Sólo saber que la Creación cada vez es más incomprensible y así se hace ver lo grande que es Dios y su plan de amor, de dar la vida mucho más allá de lo que pensábamos cuando Dios no hacía por una eternidad nada de nada, después creó la tierra, luego ampliada al Universo, y cuando llegase el momento, unos años, miles o millones de años tanto da, nuevos cielos y nuevas tierras y se acabó la creación porque ya estamos todos y a vivir en el cielo y a los del infierno mala suerte, que son cosas de Dios y no hay nada que hacer porque donde hay Dios no manda criatura. La cuestión es desterrar toda seguridad en lo que se relaciona con Dios. ¿Y qué seguridad podíamos haber tenido nunca? ¿Acaso el depósito de la fe contenido en las escrituras y el magisterio podían haber limitado a Dios? Como decía cierto luterano, hablando que la vida inteligente fuera de la tierra no puede existir, porque si así fuera Dios lo hubiera relatado en la Biblia. Es decir, que la Revelación está obligada a ser completa. Pero si no es muy exacta, no hay Creación semanal, sino del 13700 millones de años, y cosas así, pero por lo menos que los dogmas, aunque sean adaptados por ciertas concesiones científicas como el Big bang, pero que se cumplan. Pero cuando nuestro entorno realista queda tan tocado que ya no hay quien lo pueda conciliar, no con la revelación sino con la misma mentalidad nuestra, desfasada y superada hasta quedar en la mentalidad de una hormiga, pues cada vez queda mas dejar una gloria y confianza en nuestra Papá y Papá de Jesucristo y permitir al Espíritu que haga su obra de santificación que al menos algo nos servirá para entrar en el cielo, entiéndase, en el próximo estadio de conciencia, que Dios nos ha mostrado en Jesucristo, su Palabra para nosotros en este tiempo y conciencia que despierta de la animalidad hasta ser espiritus. El dato cientifico, que no me he acordado, era que después de Big bang, que es en sí un acontecimiento cuántico, habría habido una expansión en el Universo. Decía que en lugar de un Universo, o varios Universos paralelos, fueran tal cantidad de ellos que nuestro cerebro no pudiera procesar tanta numeración. Y cada uno de ellos sería por si mismo una realidad con sus leyes, sus particularidades, sus formas de vida y evolución. Y eso, añado yo, seria de un big bang, porque igual que no hubo un mundo, un planeta, sino algunos trillones, tal vez, no hay sino alguna cantidad de esas inimaginables. Hoy es cuaresma, un momento estupendo para dejarse hacer por el Espíritu que nos impulsa al desierto para ser tentados. No es que a Jesús le tentase el demonio al final del ayuno, sino que cuando pasaron los cuarenta días y tuvo hambre el demonio le tentó, y además citando la escritura, sino que el Espíritu le llevó al desierto para que desde el principio el demonio le tentase. Y es que hace un buen servicio el demonio con la tentación, porque si no probásemos la fe en la prueba no sabríamos si amamos a Dios o solo estamos a su lado por interés. Y es que los ángeles Dios los creó para servir a los hombres y después de la rebeldía nos siguen sirviendo, malos y todo, pero la mar de útiles. El meollo de la experiencia de Jesús en el desierto es que el Espíritu le guía al desierto para ayunar y aunque el espíritu del Mal le intenta desviar, despistar, pero Jesús, el hombre engendrado por el Espíritu, que crece en el Espíritu, que en su vida adulta, a pesar de la oposición de su familia se lanza a bautizarse, donde el Espíritu le sumerge, le bautiza, y ahora se lanza al desierto para después comenzar su vida pública, por cierto animado por la que le dio su ser hombre, su Madre, la esposa del Espíritu, la que se deja en su pobreza hacer obras grandes por el Espíritu. Y ese mismo Espíritu es el que le va a dar discernimiento para no dejarse engañar, para no poner la escritura como excusa para envanecerse y dejar de adorar al Dios Unico y verdadero. Es una práctica que hace Jesús en su Espíritu todos sus discípulos, que unidos al resucitado pasar por la muerte hasta la vida. Así que estamos describiendo una dinámica espiritual cristiana, que tiene dos partes, una explicación de qué es lo que pasa. Dejarse llevar por el Espíritu de Dios en un ambiente donde sólo queda estar desde la mayor soledad, sinceridad, sacando tu realidad y volcándose a la acción de Dios. Y en esta situación hay otra fuerza, una tentación, que el demonio hace para intentarte dañarte, que abandones el ayuno, que centres tu vida en ti y tus intereses en lugar de amarle con todo tu corazón y en virtud del mismo discernimiento que da el Espíritu Santo, vencerle para que siga adelante el proceso de cristificación. Y está también la explicación dogmática. Es que hay unos ángeles rebeldes que intentan hacer daño a lo que más quiere Dios que son los hombres, y así hacer que nos perdamos y quedemos en su ámbito de infierno. Es de lo más incoherente ver que el Padre bueno que hace salir el sol para malos y buenos, va a permitir que pasemos la eternidad en un lugar de sufrimiento sin que sus criaturas amadas, de las que conocía hasta el número de cabellos, que proveía de todo lo que necesitaban. Que conocía por su nombre, desde el seno materno los tenía en cuenta. Si fuéramos más o menos ateos descartaríamos tanta incoherencia y confirmaríamos nuestras sospechas de que esto del cristianismo está obsoleto. Pero resulta que esto de ser cristiano funciona. Está vigente. El Espiritu Santo sigue actuando, Jesús esta resucitado y se encuentra con quien le clama que tenga misericordia. El Padre nos provee, nos ama, nos da lo que más importante tiene Dios, al poder de amar en un modo inconcebible. Y esta misma parte de la conversión y el proceso del desierto es de lo más práctica. Sólo que no se corresponde con ningún mundo con espíritus caídos que te engañan. O sí. Pero de alguna manera tal vez más digerible. Tal vez en alguna dimensión existen conciencias que crecen en esa dirección demoníaca, que nos despista, de la que recibimos los beneficios de la tentación, pero su evolución no nos incumbe. Porque negar la acción del demonio sería casi negar la victoria de Jesús sobre en infierno y la muerte, el fruto del pecado. Pero entrar en esa mitología hasta tomársela en serio nos confinaría en una medieval visión que no necesitamos para ser cristianos y sinceros. Existe una profunda y seria contradicción entre la antropología y teología cristiana leída en clave geocéntrica y la visión que se nos ofrece, digamos de un Multiverso inconcebible que surge desde una explosión cuántica que supera toda capacidad humana, las percepciones científicas, que si bien son todo hipótesis, no son gratuitas. A veces, es verdad, que hubo una sentido inquisidor al cristianismo para sacarlo de circulación, por ejemplo la comunidad científica se negó a ver el Universo dinámico y el Big bang por ese estático más acorde con cierta visión alejada de un principio de creación. Pero al final el Big Bang no es ninguna seguridad, ¿no ha de ser un acontecimiento entre innumerables como antes creimos nuestro mundo como en único cuando ahora se nos presentas trillones sólo en este Universo? La cuestión es que si se tratase de una espiritualidad que asimila la normalidad cósmica, se acoplaba a esta regla general y nos sentiríamos uno más de los hombres a los que Dios les ha reglada su Palabra. Pero es que ni siquiera podemos creer que nuestra evolución fuera la única, el único sentido en que pudiera evolucionar la conciencia. Pero si el nuestro y el que nos concierne y en el que tenemos que poner todo nuestro empeño para que el cristo crezca hasta la estatura del amor de Cristo según la promesa de Dios. Existe en la Física actual una incomprensión que desazonaba al mismo Einstein en lo que se refiere a esa Física cuántica que llamaba fantasmagórica, que no podía enmarcarla en su seguridad de números y leyes y que prefería archivarla a la categoría de pesadillas desechables. Pero en su tiempo, desde los años 20 y 30 estaba descubierta. Y no vale relegarla a curiosidades que ocurren en el ámbito de lo pequeño, la bilocalización cosas así, porque al fin y al cabo el acontecimiento más singular e importante, que unifica todo lo que hasta ahora conocemos, el Big bang es simplemente una manifestación cuántica que incide sobre la realidad grande a la que creemos conocer algo. Y se me ocurría hoy que deberíamos inaugurar una tercera Física, esta vez de lo grande, lo importante, la conciencia. Porque lo que prevalece en la cuántica es la información entre partículas, de manera que al saberse observadas cambian su realidad. La Física cotidiana es prácticamente indiferente a si es o no observada, una manzana cae la mires o no, de ahí esa sensación materialista que prescinde de ti para que acontezca. Pero la Física de lo grande, no sé cómo se llamaría, tendría la necesidad de comunicarse para ser e incidiría definitivamente en la realidad, más allá de lo que existe, en el ámbito del Creador. Y nuestra inclusión en esta realidad vendría por la comunicación con el que está controlando todo y que espera que le reconozcamos su amor y su preferencia por cada uno. Esto se parece a la oración, a la recepción de la Palabra y la obra de Dios en cada uno. Se parece a este Dios que tiene un movimiento interno hacia la expresión se sí mismo, la Palabra, y ese movimiento que expresa lo que es Dios, que en nosotros se acontece en Jesucristo, se actualiza en cada hombre que se une a él en la fe, por medio del Espiritu que realiza a Cristo en cada uno. Así es una realización de la información primordial, del primer informador a las informadas, a las criaturas que entran en su voluntad desde su ser libres. Y en esta prioridad, como en la Física cuántica existe, se entiende todo, que queda sometido a la expresión de amor de Dios a cada hijo suyo. Sólo que la comunicación, en lugar de suceder además de entre Dios y cada uno, sucede entre Dios y su Expresión, la cual se concretiza, se encarna para hacernos partícipes de su movimiento, su respiración, su Espiritu. Así es cristianismo estaría en el centro de la Física de Dios, o al menos sería una manera de describir una Física entre tantas como puede expresarse Dios. Uno de los interrogantes que se hacen los cristianos cuando se replantean su fe, se sinceran y se proponen seguir e intensificar su razón de ser discípulos de Jesús, es cual es el núcleo, la verdadera finalidad de su ser cristiano y a donde le va a llevar su proceso cristiano. Porque tal vez un cristiano cultural no tenga referencia de los cambios que lleva a cabo el Espiritu en su vida. Hablamos de quienes han experimentado la acción de Dios en Jesucristo. La actualización de Jesús en el Espiritu. Y cuando entramos en una dinámica cristiana seria, mística, transformadora en el amor a Dios y al hermano. Hablar de esta transformación es tocar el valor auténtico del cristianismo. Que no es su conocimiento, su cuerpo dogmático, revelado en desde la triple fuente, escritura, Magisterio y Tradición, porque ese está limitado por las mentalidades superadas o en vías de superación. El mejoramiento moral, espiritual, el crecimiento en el amor, la fe y la esperanza, la cristificación, tal vez no puede ser tan importante en tanto supone una puerta a la salvación cuanto supone una estadía ya real a un estadio superior de nuestra conciencia. Pues en Cristo Jesús Dios ha mostrado la voluntad de Dios para los hombres, como es Dios, hacia el que caminamos, de momento desde donde estamos hasta donde nos ha revelado. No es necesario dar por cerrada su evolución, igual que cuando cerrábamos la creación a la tierra. Pero si que es la que nos corresponde en este momento. Es la salvación actual, el curso que debemos aprobar. No sólo abandonamos los eternos infiernos sino los cielos, pero sí que existen, que podemos de alguna manera quedar fuera de la invitación a la felicidad que Dios nos regala en Jesús. Los que nos gusta ampliar el horizonte de la realidad, galileizar, entendiendo por esta palabra, romper las seguridades que la Iglesia en el caso de Galileo no rompió, por mucho que queramos excusarla y comprenderla, tenemos, no ya una resistencia externa, institucional, porque mayormente no nos condenará un Inquisición como en otras épocas, sino un desazón interior ante esa falta de estabilidad, de ese dejar de ser el centro del Universo para pasar a ser una mota de polvo en un Cosmos, que a veces podrá darnos cierta euforia de dar un paso a la verdad, la libertad de la que nos habla Jesús. Pero a veces nos rebajará la calidad e intensidad de la acción del Espiritu. Porque básicamente se trata de pasar de comprender y a estar en una situación de no entender nada y estar fuera de lugar. Al que no quiere creer, al que no cree, le parece estupendo que si aún tenía alguna necesidad interna o social de creer, ya está más excusado porque estos no quieren creer, no les importa no creer, no necesitan a Jesús vivo, al Espiritu, es más no lo han experimentado y no tienen ni remota idea de lo maravilloso que es el proceso cristiano de santificación. Pero ¿qué hacemos los que nos tiran por tierra nuestras seguridades y con ello también se ven amenazadas nuestras consolaciones? Sólo queda vivirlo como un proceso del desierto, de crecer en el lugar propio de la fe, donde solo te queda agarrarte al Dios vivo que te ama. Al final se sabrá la verdad, sea dentro de pocos años o de muchos milenios. Pero a Jesús resucitado solo tiene oportunidad de acompañarle en este momento, en el kairós que nos regala que es el ahora cuando el Espiritu nos invita a la vida eterna. La cuestión es como vivir con la misma intensidad el cristianismo sin que quede afectado por el desajuste con la verdad científica. Porque el cristiano que creía hace unos siglos que no existía nada, que Dios creó todo en base al comienzo de la tierra, todo lo cuadraba más, después la Encarnación y la Parusía no quedaban fuera de ese marco espacio temporal de nuestro insignificante planeta, que hoy se nos presenta como una realidad entre trillones, de un Big bang que expresa desde la realidad cuántica otros tantos trillones, por decir un número al que nuestro cerebro le haga dimitir de su afán controlador, y tal vez de un Big bang entre otros tantos y así sucesivamente. Y cada planeta tiene sus hierbas que se mueven, y que el Padre permite eso, por lo que no tenemos que tener miedo de que no esté al tanto de como estamos. Que nuestro Dios ante tanta magnanimidad puede quedar fuera de juego o elevado a trillones de veces más Dios. Pero lo que nos interesa, nuestra capacidad de incorporar tanta universalidad externa sin poder adaptar nuestra geocéntrica visión en la que se encuentra enmarcada nuestra vivencia cristiana puede evidentemente ser un verdadero desierto, una verdadera cruz, una noche de la fe en la que solo nos quede confiar en que Dios básicamente nos ama, personalmente, sabe nuestra particularidad, tiene contado nuestros pelos y lo que vivimos y esperar en El. Porque no queremos renunciar a la misma intensidad mística del cristiano medieval, de San Francisco, pero no queremos obligarnos a tener que creer en la concepción que tuvo el hermano de las criaturas. Antes bien, ampliar esa hermandad en los hermanos que no sabemos nada de ellos, pero que en el corazón del nuestro Padre están presentes y desde el podemos interceder por ellos y esperar sus oraciones por nosotros. Los hermanos extraterrestres de los que habla Funes, el astrónomo del Vaticano son parte del Cuerpo mistico de Cristo, de un Cristo tanto más amplio, con muchos más hermanos, santos, sufrientes, pecadores, tal vez en ámbitos que no son tan simples como nuestro purgatorio y cielo, pero que nos vale este lenguaje para ponernos con la fe que mueve montañas a orar a nuestro Padre común. El que ama con un amor singular, a su Hijo Unico y amado, y en ese amor nos incluye a todos nosotros, a cada uno con la misma intensidad de amor. Ese es su Espiritu, y es el que quiere darnos en esa Palabra viva que conocemos en Jesús y que no puede dejar de ofrecérsela a cada humanidad a la que ama como nos ha amado en Jesús a la nuestra. El Espíritu que no haces ser hijos de Dios en el Hijo Unico para gloria de Dios Padre. Existe una supremacía de la conciencia sobre la materia inerte y la energía entendida como se entendía en el antiguo universo mecánico y frío, donde la vida se le llamaba materia replicante. Hoy tendemos a ver la capacidad comunicadora de la realidad cuántica que se modifica al saberse observada, en la comunicación, que hoy prevalece sobre esa carga energética de la materia, la cual es una expresión de la partícula, y que prevalece esta comunicación de información sobre la misma realidad objetiva. Y así diríamos el que Supremo Expresador, el que su Palabra la da como esencia de su ser comunicante, de su ser amante, nos presenta un Universo mas cristiano de lo que nos parecía cuando perdíamos nuestro antiguo unvierso geocéntrico. Así que en este universo de conciencias, la Conciencia, (que no tiene que ser algo distinto del Ser Consciente como se empeñan el en el ámbito de la Nueva Era donde la Consciencia para alejarlo de concepciones antropomórficas lo dejan en una especia de gas consciente informe y nulo de voluntad y personalidad y al final nos quedamos sin Dios) somos los invitados a vivir la vida de Dios, que en este momento se nos presenta en el reto de la fe en Jesucristo y en permitir lo que nos presenta en su Iglesia, este proceso de conversión en el que estamos inmersos y al que nos animamos mutuamente porque sabemos de quién nos hemos fiado, de Jesús nuestro amante, amigo y maestro en el amor. Si finalmente el cristianismo fuera simplemente una acontecimiento cultural que se da en una civilización de un planeta concreto, no fuera una verdad absoluta, la verdadera religión, y Jesús no fuera sino un personaje que estaba en el momento que se suscitó la necesidad de establecer esta corriente espiritual, ¿qué nos quedaría para apreciar, para rememorar y más aún, para practicar y vivir en la Iglesia de Cristo? Evidentemente el amor con que Jesús entregó su vida. Perdonando, amando a su enemigo, pidiendo al Padre por ellos. La verdad con la que se arrojó hasta morir, valiente hasta no traicionar su libertad. La manera de tener fe en el amor que le tiene al que llamaba Papá. Que le cuidaría aunque vea que están matándole. La apertura de una ley estricta que condena a una adultera para hacer ver que cada uno es tan merecedor de la muerte como ella. La esperanza de que cuando esta todo perdido, Jesús esta muerto y sepultado, en Dios podemos tener esperanza. La apertura a una forma de vida que supera las expectativas humanas, seremos como ángeles, libres de las limitaciones de nuestro cuerpo. Que nos va a preparar una morada. Que nos envía el Espíritu que nos llevará a la verdad completa. Por eso, a pesar de todo lo se que puede recortar, purificar y desechar, lo que nos queda es igualmente gratificante, y, lo que es más importante, es válido para experementar exactamente, y aún más, porque la verdad nos libera de miedos, perjuicios innecesarios. Con la intensidad mística del que se deja hacer por el Espíritu. Que le vamos a decir a un hermano de otro planeta cuando le expliquemos en que creemos. Cual es nuestra ilusión, nuestra esperanza, nuestra visión, nuestra prioridad. Le vamos a explicar que en realidad no existía nada y Dios creo la tierra que tenía una cúpula celeste para que este el sol cuando era de día y las estrellas y la luna de noche. Le vamos a hablar de como en la plenitud de la historia Dios envió a tu Hijo Unico para que nos redimiera del pecado de Adán por el que había entrado en el Universo la muerte. Y le contaremos que dentro de unos años, siglos o milenios Dios hará una nueva creación, cielo y tierra nuevos y que estaremos en la presencia de Dios para la eternidad y fin. No le va a parecer muy creíble, y lo que es peor, estaríamos negando el evangelio de la gracia y el amor que Dios ha suscitado en Jesucristo a unos hermnos que de parte de nosotros, los pobres, inútiles, hipócritas, idiotas, pero sí agraciados por el Dios Supremo, el Padre de las luces, el que ha elegido en Israel a todos los pueblos de la tierra para que vean la luz de su Palabra y se salven, se beneficien del amor de Dios que suscita en el hombre que trasmite la voluntad de Dios para todas sus criaturas. Incluyendo a los que quieran acogerle de otros planetas, galaxias o universos. Aunque viendo nuestra evidente primitivismo mental, los extraterrestres podrían extraer aquello que les interesase y desechar lo que no es útil. Porque, evidentemente la vida de Cristo es para todos los que son llamados a ser hijos de Dios. Los que pueden, en la gracia de Dios, hacer la voluntad de Dios, amar como Jesús ama. Claro que Dios puede enviar igual que a la Tierra. Seguro que le hace llegar la Palabra Unica, su Unico Hijo. Para darles vida, porque les quiere igual que a nosotros. Pero eso no quita que necesitemos saber qué es lo que subsiste en nuestra fe, la razón de nuestra fe, porque el evangelizar en si mismo no sirve para extender, hacer una especia de proselitismo intergaláctico, sino para cimentar nuestra vida cristiana en un proceso intenso, válido, que de lugar a que la Gracia sea fecunda en santidad. Por eso está el plantearnos un kerigma a toda la creación. Asi que oremos por todos los hermanos, anunciemolos en Evangelio verdadero y vivamoslo,hoy que todavia podemos, hoy que es tiempo de salvación.

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